Le pidieron a mi señor que tirara su espada y volviera a la tierra. - ¡Ja! - Dijo él. Ya habrá tiempo para que retorne a la tierra… ¡para la tumba!
Curiosamente, o no tanto, existen discrepancias significativas entre mis ideales teóricos sobre cómo debería invertir y cómo invierto en realidad. Por lo que leo en las redes sociales, no debo ser el único caso.
En ocasiones veo a gente citando a Buffett u otros clásicos y celebérrimos inversores en valor, con lo que uno espera en tales sujetos un proceder reflexivo y contrastado al seleccionar acciones y, sin embargo, cuando observo lo que realmente están haciendo, caigo en la cuenta que existen contradicciones profundas. Sin embargo, es algo normal, nos pasa a casi a todos.
Un hecho con el que me regocijo de vez en cuando consiste en leer los argumentos optimistas que publicaron algunos inversores al comprar una acción, los que proporcionan cuando venden y compararlos. Esto daría para otro escrito, y no es mi objetivo de hoy.
Así que volviendo al sobre el por qué no invierto como debería…
Veréis, no suelo hacerme demasiadas preguntas, ya que de pequeño me insistieron en que no diera la paliza a los demás con mis inquietudes. Sin embargo hoy me ha dado por reflexionar acerca de mi cartera, y tengo la sensación de que se me ha ido de las manos.
En general, poseo empresas de una calidad notable; no tengo Telefónicas, OHLs, Santanderes y cosas del estilo. Sé que esas empresas un día se consideraron de calidad, pero de nuevo, eso da para otra historia, y no es mi propósito para hoy.
Y de todo corazón, que nadie se sienta ofendido, la primera acción que compré fue Santander, y en mi cartera tengo alguna empresa que psché psché. Aquel que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra.
Donde veo el principal problema es en el número de negocios de los que soy accionista. Entre spin offs, acciones en las que he entrado con una pequeña posición para “hacer seguimiento”, otras que “es que estaba muy barata” y tal, me voy casi a las 50.
Sé que hay personas que poseen más, y sé que si no hago movimientos estúpidos o no roto demasiado, este conjunto de empresas me va a proporcionar una rentabilidad satisfactoria, salvo que tenga la mala fortuna de concentrar en las que vayan a fracasar a largo plazo. Creo que no pasará, aunque también creía que Trump no saldría elegido o que el Brexit no se produciría.
Incluso cometo la osadía de afirmar que no es necesario ser estoico, ir al gimnasio o leer Mente de guerrero y hábitos masculinos para invertir con éxito, así que no veo problema por ese lado.
Así que en mi opinión, a la larga no debería haber una diferencia significativa, ni para bien ni para mal, entre mi cartera y un índice que represente una cesta diversificada de acciones del mundo.
Pues no estamos tan mal… entonces, ¿a qué viene esto?
Dicen que mantener bajas las expectativas contribuye a una mayor felicidad. A pesar de ello, en ciertos aspectos, puedo llegar a ser demasiado optimista o incluso fantasioso.
Pienso que puedo hacerlo mejor. Creo ser consciente de una metodología de inversión que puede conducirme a unos retornos más elevados. Y que no lo hago por falta de dedicación, disciplina y tiempo, la excusa perfecta.
Porque existen unos principios, conocidos por casi todos, que son los que debería seguir al invertir. Estos conceptos básicos fueron definidos por Graham hace ya muchos años, los conocemos muchos inversores y, aún así, pienso que su aplicación práctica no abunda:
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Ser consciente del negocio que hay detrás, para no ver las acciones como papelitos o números oscilantes.
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Ver al mercado como un instrumento que está para servirnos, no para instruirnos.
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Ser capaz de establecer un valor aproximado para el negocio, y buscar un margen de seguridad; eso implica conocerlo y entender si las ganancias tienen una cierta predictibilidad.
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Tener un enfoque de largo plazo.
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Cultivar una aproximación racional y crítica a la inversión. Tomar decisiones en base al propio análisis de los hechos, con un mínimo de rigurosidad, no según las opiniones de los demás.
Armado con dichos principios, se trata de buscar negocios infravalorados, en los que veas una oportunidad clara asumiendo poco riesgo. Eso, en base a mi experiencia, es difícil. De hecho, según los académicos, es un oxímoron.
Así que concluyo que no puedo tener cincuenta posiciones, dado que no puedo tener cincuenta ideas excelentes en un tiempo relativamente corto. Las ideas excelentes son escasas.
Y esto es así porque las ineficiencias no son frecuentes, y se producen en situaciones de miedo, codicia o en escenarios complejos en los que es necesario esfuerzo para una cierta comprensión de los hechos. Suelen darse en lugares en los que hay menos ojos escrutando. En ocasiones, también se producen en empresas enormes, pero de nuevo, no es algo común.
Luego, uno puede decidir si opta por invertir en empresas que uno vea infravaloradas pero de menor calidad y con mayores requerimientos de capital, o buscar empresas con altos retornos y grandes fundamentales, en los que seamos capaces de predecir con una probabilidad alta los flujos de caja a unos años vista.
Han existido inversores hábiles en los dos enfoques. Se trata de tener la paciencia, la capacidad de análisis y el pensamiento crítico como para comprar cosas por menos de lo que valen.
Repito, a veces esto parece imposible, pero uno va observando como cada cierto tiempo se dan situaciones un tanto extrañas en los mercados, en que la misma empresa, sin cambios significativos en sus números, tienen grandes oscilaciones en su valoración.
Así que tengo una visión. Cuando disponga de más tiempo para invertir, cosa que sucederá en un futuro no lejano, voy a procurar batear pocas veces, pero cuando lo haga, quiero hacerlo fuerte.
Quiero convertirme en un inversor más focalizado. Buscaré unas pocas ideas excelentes, unos pocos tesoros valiosos.