Os pego un artículo escrito por Enrique Gallego el 16 de octubre de 2002, hace la friolera de 17 años.
‘Dollar cost averaging’, la flexibilidad del sauce
El dollar cost averaging nos permite ser flexibles como el sauce y no sufrir en momentos como los actuales el fatídico sino de los cerezos, la quiebra de nuestra estrategia. Quiebra que puede ser bien financiera, bien psicológica (la “capitulación”).
Como ya señalamos en el anterior artículo, la idea básica del ‘dollar cost averaging’ o técnica del coste medio consiste en repartir la inversión en renta variable a partes iguales y en intervalos regulares dentro de un período amplio de tiempo.
De esta manera se evita el estar preocupado con el ‘momento’ adecuado para entrar, momento que, por supuesto, no va estar claro nunca. Y como no va a estar claro, lo más normal es que terminemos por tomar decisiones dictadas por el corazón y no por la cabeza, decisiones con muchas probabilidades de resultar equivocadas. Sólo por esto, la estrategia ya merece la pena ser considerada.
Pero su utilidad no se agota con la eliminación del riesgo asociado a la elección del momento de entrada. Cualquier estrategia que reparta las tomas de posición a lo largo del tiempo cumple esa función en mayor o medida. El dollar cost averaging encierra una interesante sutileza, la utilización en nuestro propio beneficio de nuestro ‘enemigo’, la volatilidad.
Podemos haber adoptado una estrategia correcta y rentable a largo plazo. Aún así, la volatilidad puede hacer que durante largos períodos de tiempo, el valor de mercado de nuestras inversiones esté por debajo de su coste de adquisición. Incluso, en momentos duros como los actuales puede estar muy por debajo, lo que genera incertidumbre y sufrimiento al inversor.
Sin embargo, dentro de un plan sistemático de inversión basado en la técnica del dollar cost averaging esta situación debe ser vista en positivo como una oportunidad de compra prevista por la estrategia, tanto mejor cuanto mayor sea la caída. El truco está en la utilización de la misma cantidad de dinero para la compra de un activo cuyo precio es muy variable. Cuanto más bajo sea, más unidades podemos comprar con la misma cantidad.
Por supuesto, se necesita para ello una gran claridad de ideas y fortaleza mental, pero estas son cualidades comunes a todas las maneras ganadoras de operar en los mercados. A la larga, la línea que separa el éxito del fracaso está en la correcta actitud psicológica del inversor utilice el sistema que utilice. Muchos aspectos concretos de esta actitud psicológica varían en función del sistema utilizado, pero hay unos rasgos comunes en todos los casos. Entre ellos, la existencia de un plan claro y coherente cumplido con disciplina, y la dureza mental para aguantar tanto los malos momentos como la presión ambiental provocada por una masa que las más de las veces es irracional y está condenada a perder .
Vamos a suponer que utilizamos como instrumento un fondo cuya cotización es la del Ibex partida por 1000. Con el Ibex a 12.000, el fondo cotizaría a 12 y con el Ibex a 6.000 cotizaría a 6. Invirtiendo 1200 euros compramos 100 participaciones en el primer caso y 200 en el segundo.
La cotización promedio del fondo en estos dos momentos temporales sería de 9 (12+6/2), pero a nosotros nos ha salido por 8 (300 participaciones compradas pagando 2.400 dólares). Se trata de un ejemplo un tanto extremo, pero este efecto se da de forma pequeña pero constante en las fluctuaciones mensuales de las cotizaciones y a la larga llega a ser significativo.
En definitiva, estamos utilizando a nuestro enemigo, la volatilidad en nuestro beneficio. Cuando hay una fuerte caída aumentamos con fuerza nuestra exposición. En cambio, cuando la volatilidad lleva a momentos de euforia desmedida, de modo automático estamos reduciendo el incremento de la exposición, porque al utilizar la misma cantidad compraremos cada vez menos. Todo un modelo de gestión del riesgo, de difícil sencillez.
Esta técnica recuerda el principio básico de artes marciales como el judo. Según una vieja y poética leyenda, la idea de las técnicas de lucha basadas en el uso de la fuerza del contrincante, le vino a su inventor un día paseando por un jardín de cerezos y sauces mientras caía una gran nevada. Las robustas ramas de los cerezos aguantaban sin conmoverse la nieve que se iba acumulando encima, pero llegaba un momento que el peso era tal que las quebraba. En cambio, las del sauce, más débiles en apariencia, se doblaban bajo el peso sin quebrarse, hasta que terminaban por mandar la nieve al suelo y volvían a su posición original. El dollar cost averaging nos permite ser flexibles como el sauce y no sufrir en momentos como los actuales el fatídico sino de los cerezos, la quiebra de nuestra estrategia. Quiebra que puede ser bien financiera, bien psicológica (la ‘capitulación’).
Su potencia en situaciones de alta volatilidad y tendencia a la baja puede llegar a ser impresionante. En 1929, con la bolsa en plena euforia un curioso personaje, John Raskob, escribió un artículo titulado nada menos que ‘Everybody ougth to be rich’, explicando esta estrategia. Raskob era el máximo ejecutivo de la General Motors (entonces los fabricantes de automóviles eran el equivalente de las tecnológicas actuales) y su artículo encarnaba el optimismo derivado de la ‘exuberancia irracional’ de aquellos días. Su tesis es que colocando quince dólares al mes durante veinte años, al final se obtendrían ochenta mil dólares. Cada dólar se multiplicaba por 22, versión laica y capitalista del milagro de los panes y los peces.
Raskob extrapolaba los rendimientos de los años dorados indefinidamente hacia el futuro y llegaba a una paradoja ilustrativa del absurdo de la situación creada con la subida. La riqueza es un término relativo y si todo el mundo terminara siendo rico, nadie lo sería en realidad (esta paradoja se da en las situaciones de alta inflación, donde todo el mundo termina siendo ‘millonario’). De hecho, experiencias prácticas de esta ‘riqueza’ sin límites derivada de las burbujas financieras, como fue la ‘fiebre de los tulipanes’ en Holanda, provocaron una terrible inflación.
La historia posterior es bien conocida. A partir de 1929, la bolsa neoyorquina inició el peor período de caída del siglo XX. El Dow Jones bajó desde 300 a 177 en los veinte años siguientes a la publicación del artículo. Así que es de suponer un resultado desastroso para quien llevara a la práctica la idea de Raskob.
Pues suponemos mal. Benjamin Graham se entretuvo en calcular los resultados de la estrategia con datos reales y suponiendo que se utilizaran los valores del Dow como instrumento de inversión. El resultado es que por cada 15 dólares al mes invertidos durante los veinte años, 3.600 en total, se habrían obtenido 8.500, una rentabilidad de positiva de aproximadamente el 8%.
‘Esto tiene poco que ver con la promesa de 80.000 dólares del gran hombre’ escribió irónicamente Graham, pero, aún así, es asombroso. En la ‘nevada’ bursátil más dura, el ‘sauce’ fue capaz de salir intacto y ‘sacudirse la nieve’, obteniendo rendimientos positivos.