La historia de Luis G.

"Suleyman, Mustafa; Bhaskar, Michael. La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI "

Tu altavoz inteligente te despierta. De inmediato, coges el móvil y compruebas el correo electrónico. Tu reloj de muñeca inteligente te dice que has tenido un sueño normal y que tu ritmo cardiaco está en la media de la mañana. Una organización lejana ya sabe, en teoría, a qué hora estás despierto, cómo te sientes y qué estás mirando. Sales de casa y te diriges a la oficina, y tu móvil te sigue los movimientos, registra las pulsaciones de tus mensajes de texto y del pódcast que vas escuchando. Por el camino y a lo largo del día, las cámaras de seguridad te graban cientos de veces, pues, al fin y al cabo, en la ciudad hay al menos una cámara por cada diez personas, quizá muchas más. Al entrar en la oficina, el sistema registra la hora de entrada. Un software instalado en el ordenador controla la productividad, incluso hasta los movimientos de los ojos. De camino a casa, paras a comprar algo para cenar. El programa de fidelización del supermercado registra lo que compras. Antes de irte a dormir, te tragas una temporada entera de una serie de televisión en una plataforma de streaming y tus hábitos quedan guardados.
Cada mirada, cada mensaje apresurado, cada pensamiento a medias inscrito en un navegador abierto o una búsqueda fugaz, cada paso por las bulliciosas calles de la ciudad, cada latido del corazón, cada noche que has dormido mal y cada compra realizada o rechazada: todo se captura, se observa, se anota. Y esto es solo una ínfima parte de los posibles datos que se recogen cada día, no solo en el trabajo o por teléfono, sino también en la consulta del médico o en el gimnasio. Casi todos los detalles de la vida quedan registrados, en algún lugar, por quienes poseen la sofisticación necesaria para procesar los datos que recogen y actuar en consecuencia. No se trata de una distopía lejana; acabo de describir la realidad cotidiana de millones de personas en una ciudad como Londres.
El único paso que queda es reunir estas bases de datos dispares en un sistema único e integrado, lo que se convertirá en un perfecto aparato de vigilancia del siglo XXI. El ejemplo preeminente sin duda es China. Este hecho no es ninguna novedad, pero lo que ha quedado claro es lo avanzado y ambicioso que es ya el programa del PCCh, por no hablar de dónde podría acabar dentro de veinte o treinta años. En comparación con Occidente, la investigación china en inteligencia artificial se concentra en áreas de vigilancia como el seguimiento de objetos, la comprensión de escenas y el reconocimiento de voces o acciones.
Las tecnologías de vigilancia están muy extendidas y son cada vez más detallistas en su capacidad de penetrar en todos los aspectos de la vida de los ciudadanos. Combinan el reconocimiento visual de rostros, pasos y matrículas con la recopilación de datos a gran escala, entre ellos los biodatos. Servicios centralizados como WeChat agrupan todo, desde la mensajería privada hasta las compras y las operaciones bancarias, en un único lugar que es fácil localizar. Al conducir por las autopistas chinas se ven cientos de cámaras de reconocimiento automático de matrículas que rastrean vehículos, dispositivos que también hay en la mayoría de las grandes zonas urbanas del mundo occidental. Durante las cuarentenas por COVID-19, los perros robot y los drones llevaban altavoces con mensajes que advertían a la gente de que se quedara en casa. El software de reconocimiento facial se basa en los avances en visión por ordenador que hemos visto en la segunda parte, e identifica rostros individuales con una precisión exquisita. Mi teléfono se inicia de manera automática cuando me «ve» la cara, un sistema que supone una comodidad pequeña pero que es útil, y, sin embargo, tiene implicaciones obvias y profundas. Aunque en un principio el sistema fue desarrollado por investigadores empresariales y académicos de Estados Unidos, China fue el país que más adoptó y perfeccionó esta tecnología. El presidente Mao había dicho que «las masas tienen ojos agudos» cuando observan a sus vecinos en busca de infracciones contra la ortodoxia comunista. En 2015, esto sirvió de inspiración para «Ojos Agudos», un programa masivo de reconocimiento facial que, en última instancia, aspiraba a extenderlo a nada menos que el cien por cien del espacio público. Un equipo de destacados investigadores de la Universidad china de Hong Kong fundó SenseTime, una de las mayores empresas de reconocimiento facial del mundo, que cuenta con una base de datos de más de dos mil millones de rostros. China es ahora líder en este tipo de tecnología, donde empresas gigantes como Megvii y CloudWalk compiten con SenseTime por la cuota de mercado. La policía china dispone incluso de gafas de sol con tecnología de reconocimiento facial incorporada, capaces de rastrear a sospechosos entre la multitud.

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