Leyendo un poco sobre tecnología. El autor es co-fundador de Deep Mind, que vendió a Google. Posteriormente creó otra empresa de IA (Inflection) y ahora es CEO de la sección de I de MSFT.
"Suleyman, Mustafa; Bhaskar, Michael. La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI "
Ya estamos en una era en la que las megacorporaciones tienen valoraciones de billones de dólares y más activos que países enteros en todos los sentidos. Veamos el ejemplo de Apple. Esta empresa ha fabricado uno de los productos más bellos, influyentes y de uso más generalizado de la historia de nuestra especie. El iPhone es una genialidad. Más de mil doscientos millones de personas en todo el mundo utilizan los productos de la compañía, la cual ha obtenido merecidas recompensas por su éxito: en 2022, Apple estaba valorada en más que todas las empresas que cotizan en el índice FTSE 100 del Reino Unido juntas. Con cerca de doscientos mil millones de dólares en efectivo e inversiones en el banco y un consumidor en su mayoría cautivo en su ecosistema, Apple parece estar bien situada para aprovechar esta nueva ola.
Del mismo modo, un amplio abanico de servicios, de sectores muy diferentes y en grandes
sola compañía: Google. Entre lo que ofrece se cuentan mapas y localización, reseñas y listados de empresas, publicidad, transmisión de vídeos, herramientas ofimáticas, calendarios, correo electrónico, almacenamiento de fotos, videoconferencias, etcétera. Las grandes empresas tecnológicas brindan herramientas para todo, desde organizar un cumpleaños hasta dirigir compañías multimillonarias. Las únicas organizaciones equivalentes, que afectan con tal profundidad a las vidas de tantas personas, son los gobiernos nacionales. Es lo que se denomina «googlización»: una serie de servicios gratuitos o de bajo coste que dan lugar a entidades únicas que permiten el funcionamiento de sectores masivos de la economía y de la experiencia humana. Para hacernos una idea de estas concentraciones, consideremos que los ingresos combinados de las empresas de la lista Global 500 de la revista Fortune representan ya el 44 por ciento del PIB mundial. Sus beneficios totales superan el PIB anual de todos los países excepto los seis primeros. Estas corporaciones ya controlan los mayores grupos de procesadores de inteligencia artificial, los mejores modelos, los ordenadores cuánticos más avanzados y la inmensa mayoría de la capacidad robótica y la propiedad intelectual. A diferencia de lo que ocurrió con los cohetes, los satélites e internet, la vanguardia de esta ola se encuentra en estas compañías, no en las organizaciones gubernamentales ni en los laboratorios académicos. Si se acelera este proceso con la próxima generación de tecnología, un futuro de concentración corporativa no parece tan extraordinario.
Ya existe un pronunciado efecto «superestrella» que se está acelerando, en el que los principales actores se llevan una porción cada vez mayor del pastel. Las cincuenta principales ciudades del mundo concentran la mayor parte de la riqueza y el poder empresarial (el 45 por ciento de las sedes de grandes compañías; el 21 por ciento del PIB mundial), a pesar de tener solo el 8 por ciento de la población de todo el planeta. El 10 por ciento de las principales corporaciones mundiales se lleva el 80 por ciento de los beneficios totales. Es de esperar que la ola que viene se sume a este panorama y produzca superestrellas cada vez más ricas y exitosas, ya sean regiones, ya sean sectores de actividad, empresas o grupos de investigación. Creo que veremos crecer a un grupo de organizaciones privadas más allá del tamaño y el alcance de muchos Estados nación. Pensemos en el enorme impacto de un imperio empresarial en expansión como el Grupo Samsung en Corea del Sur. Se fundó como una tienda de fideos hace casi un siglo y se convirtió en un gran conglomerado tras la guerra de Corea. Cuando el crecimiento coreano se aceleró en las décadas de 1960 y 1970, Samsung ocupó un lugar central, no solo como potencia manufacturera diversificada, sino también como uno de los principales agentes en los sectores de la banca y los seguros. El milagro económico coreano fue un milagro impulsado por Samsung. En ese momento, la empresa era el principal chaebol, nombre con el que se conoce a un pequeño grupo de grandes empresas que dominan el país. Los smartphones, los semiconductores y los televisores son especialidades de Samsung, pero también lo son los seguros de vida, los operadores de transbordadores y los parques temáticos. Se valoran mucho las carreras profesionales de la empresa, cuyos ingresos representan hasta el 20 por ciento de la economía coreana. Actualmente, Samsung es para los coreanos casi como un Gobierno paralelo, una presencia constante en la vida de la gente. Dada la densa red de intereses y los continuos escándalos empresariales y gubernamentales, el equilibrio de poder entre el Estado y la empresa es precario y difuso. Samsung y Corea son casos atípicos, pero quizá no por mucho tiempo. En vista del abanico de capacidades concentradas, esta nueva generación de empresas podría encargarse de cosas que hoy suelen ser competencia de los gobiernos, como la educación y la defensa, e incluso la divisa o el cumplimiento de la ley. Por ejemplo, el sistema de resolución de disputas de las empresas eBay y PayPal ya gestiona unos sesenta millones de desacuerdos al año, lo que representa tres veces todo el sistema judicial estadounidense. El 90 por ciento de estas disputas se resuelven utilizando tan solo la tecnología, y más está por venir.[
La tecnología ya ha creado una especie de imperios modernos. La ola que viene acelera esta tendencia con rapidez al poner un inmenso poder y riquezas en manos de aquellos que la crean y la controlan. Nuevos intereses privados ocuparán los espacios que los gobiernos, al estar sobrecargados y tensos, dejen vacantes. Este proceso, al igual que la Compañía de las Indias Orientales, no se impondrá a golpe de mosquete, sino que creará empresas privadas con la escala, el alcance y el poder de los gobiernos, exactamente igual que la Compañía. Las empresas que dispongan del dinero, los conocimientos y la distribución necesarios para aprovechar la próxima ola, para aumentar a un nivel considerable su inteligencia y, al mismo tiempo, ampliar su alcance, obtendrán beneficios colosales. En la última ola, las cosas se han desmaterializado; los bienes se convirtieron en servicios. Ya no se compra software ni música en CD, sino que se escucha a través de plataformas de streaming. Damos por sentado que los antivirus y el software de seguridad vienen incorporados con los productos de Google o Apple. Los dispositivos se rompen, se quedan obsoletos; los servicios, en menor medida, pues son fluidos y fáciles de usar. Por su parte, las compañías están deseando que te suscribas a su ecosistema de software; los pagos periódicos resultan atractivos. Todas las grandes plataformas tecnológicas son sobre todo empresas de servicios o tienen grandes empresas de servicios. Apple tiene la App Store, a pesar de vender principalmente dispositivos, y Amazon, aunque opera como el mayor minorista de productos físicos del mundo, también ofrece servicios de comercio electrónico a comerciantes, televisión en streaming a particulares y aloja una buena parte de internet en su oferta en la nube, Amazon Web Services. Se mire por donde se mire, la tecnología acelera esta desmaterialización y reduce así la complejidad para el consumidor final al ofrecer servicios de consumo continuo en lugar de los tradicionales productos de una sola compra. Se trate de servicios como Uber, DoorDash o Airbnb, o de plataformas de publicación abierta como Instagram y TikTok, la tendencia de las megaempresas es no participar en el mercado, sino ser el propio mercado; no fabricar el producto, sino operar el servicio.
La pregunta ahora es: ¿qué más podría convertirse en servicio, integrarse en el conjunto existente de otra megaempresa? Mi predicción para dentro de unas décadas es que la mayoría de los productos físicos se parecerán a servicios, lo que será posible gracias a la producción y distribución a coste marginal cero. La migración a la nube lo abarcará todo, y la tendencia se verá espoleada por el auge del software de bajo código y sin código, el apogeo de la biomanufactura y el boom de la impresión en 3D. Cuando se combinan todas las facetas de la ola que viene, desde las capacidades de diseño, gestión y logística de la inteligencia artificial hasta el modelado de reacciones químicas que permite la computación cuántica, pasando por las capacidades de ensamblaje de precisión de la robótica, se obtiene una revolución total en la naturaleza de la producción. Los alimentos, los medicamentos, los productos para el hogar y casi cualquier cosa podría imprimirse en 3D, producirse biológicamente o fabricarse con precisión atómica cerca del lugar de uso o en él, y estar gobernada por sofisticadas inteligencias artificiales que trabajen con fluidez con los clientes utilizando el lenguaje natural. Basta con comprar el código de ejecución y dejar que una inteligencia artificial o un robot realice la tarea o cree el producto. Sí, esto oculta una enorme complejidad material, y sí, nos queda mucho camino por recorrer. Pero, si miramos a lo lejos, este escenario es de lo más plausible. Incluso si no te crees todo el argumento, parece imposible que estas fuerzas no creen cambios importantes y nuevas concentraciones de valor a lo largo de la cadena de suministro de la economía mundial. Dado que satisfacer la demanda de servicios baratos y sin fisuras suele requerir ampliar la escala (una inversión inicial masiva en chips, en personal, en seguridad y en innovación), esto favorece y acelera la centralización. En este escenario, solo habrá unos pocos superagentes cuya escala y poder empezarán a rivalizar con los países tradicionales. Es más, los propietarios de los mejores sistemas podrán afianzar una inmensa ventaja competitiva. Así, lo más probable es que esas enormes compañías centralizadas de la ola que viene que acabamos de mencionar acaben siendo más grandes, más ricas y más arraigadas que las empresas del pasado. Cuanto más se generalicen con éxito los sistemas sector tras sector, más poder y más riqueza se concentrarán en los que las poseen. Aquellos que dispongan de los recursos para inventar o adoptar nuevas tecnologías con la mayor rapidez, como por ejemplo los que puedan superar mi test de Turing moderno, disfrutarán rápidamente de rendimientos acumulados. Sus sistemas tienen más datos y «experiencia de despliegue en el mundo real», por lo que funcionan mejor, se expanden con más velocidad y afianzan la ventaja, y eso atrae al mejor talento para construirlos. Se hace plausible una «brecha de inteligencia» insalvable.
Si una organización se adelanta lo suficiente, puede convertirse en un generador de ingresos y, en última instancia, en un centro de poder sin parangón. Si ese proceso se extiende a algo como la inteligencia artificial general total o la supremacía cuántica, podría poner las cosas muy difíciles a los nuevos participantes o incluso a los gobiernos. Sea cual sea el punto final, nos dirigimos a un escenario en el que poderes y habilidades sin precedentes están ahí fuera en manos de agentes ya poderosos que, sin duda, los utilizarán para amplificar su alcance y promover sus propios planes. Tales concentraciones permitirán a las grandes megacorporaciones automatizadas transferir valor del capital humano, es decir, del trabajo, al capital bruto. Si juntamos todas las desigualdades resultantes de la concentración, nos encontramos ante otra gran aceleración y profundización estructural de una fractura ya existente. No es de extrañar, por tanto, que se hable de neofeudalismo o tecnofeudalismo, un desafío directo al orden social, esta vez construido sobre algo que va más allá incluso de los estribos. En resumidas cuentas, el rendimiento de la inteligencia se multiplicará de manera exponencial. Unas pocas inteligencias artificiales selectas, a las que solíamos llamar organizaciones, se beneficiarán masivamente de una nueva concentración de capacidad, es probable que de la mayor concentración de este tipo que se haya visto jamás. Recrear la esencia de lo que ha hecho que nuestra especie tenga tanto éxito en herramientas que puedan reutilizarse y aplicarse una y otra vez en una miríada de entornos diferentes es un premio poderoso que corporaciones y burocracias de todo tipo perseguirán. Cómo se gobiernan estas entidades, cómo se enfrentarán, se apoderarán y rediseñarán el Estado es una cuestión abierta, mientras que la idea de que lo desafiarán parece segura. Aun así, las consecuencias de una mayor concentración de poder no acaban con las empresas.