La historia de Luis G.

He acabado un compromiso que me ha liado los últimos 3 meses.

Ahora a jugar con la IA.

CHPT4. ¿Qué es mejor IRR, TWR o CAGR?

La IRR (Tasa Interna de Retorno), TWR (Rentabilidad Ponderada en el Tiempo) y CAGR (Tasa de Crecimiento Anual Compuesta) son métricas utilizadas para evaluar la rentabilidad de un portfolio de inversión, pero cada una tiene un enfoque diferente:

En resumen, mientras que la IRR se enfoca en el valor del tiempo del dinero y los flujos de caja, la TWR se centra en el rendimiento de la inversión sin considerar los flujos de efectivo del inversor, y la CAGR ofrece una tasa de crecimiento promedio asumiendo un crecimiento constante.

El CAGR (Tasa de Crecimiento Anual Compuesta) es una métrica que puede ser utilizada tanto para la rentabilidad de acciones individuales como para un portfolio completo. Sin embargo, su utilidad puede variar dependiendo de la estabilidad de la inversión y si se reinvierten los dividendos.

Para acciones individuales, el CAGR es muy útil porque permite estimar los retornos reales a lo largo del tiempo, especialmente si se reinvierten los dividendos1. Es una forma exacta de comparar el rendimiento de diferentes acciones en igualdad de condiciones, independientemente de si la empresa reparte dividendos o no1.

En el caso de un portfolio, el CAGR también es relevante porque ofrece una visión simplificada del crecimiento promedio anual del valor total del portfolio. Es particularmente útil para evaluar el potencial de crecimiento a largo plazo de tus inversiones2. Además, el CAGR elimina el efecto del tiempo y los dividendos, mostrando cuánto ha crecido realmente tu dinero3.

En resumen, el CAGR es indicado tanto para acciones como para portfolios, pero es más fiable y representativo cuando se trata de inversiones más estables y cuando se considera la reinversión de dividendos. Para inversiones con flujos de efectivo más complejos o irregulares, otras métricas como la IRR o la TWR podrían ser más adecuadas.

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El programador se está poniendo las pilas. Ha añadido impuestos automáticos, y además desglosa determinados datos de manera chula.

Dividendos brutos cobrados desde 2017.

Y el % de ganancia que aportan las empresas.

Declaración hecha y presentada. A final de mes pasarán a cobrar.
Y luego comparo el tipo medio que saca @ifrobertocarlos en sus tablas y el que se aplica a los rendimientos del trabajo y… espero que la cosa siga igual y los de arriba no tengan malas ideas.

Respecto al tema fiscal, tengo una duda que he consultado con amigos y conocidos. Cada uno da una respuesta diferente, según su punto de vista.

Tienes dos opciones:

  • Poner 12k en producto fiscal que renta un 3,4% fijo y desgrava (a retirar en jubilación o muerte), de forma que pagas 12k menos a hacienda.
  • Poner esos 12k en otros productos de inversión de tu elección (fondo, acciones…) con supuesta mayor rentabilidad futura y pagar 12k más a hacienda el año que viene.
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A ver qué sale.

Opino que va a depender del plazo

Si te jubilas al año que viene el producto con el que inviertes 12K y te ahorras 12K es imbatible (100% TAE)

Si te jubilas dentro de 40 años ese producto te da unos 46K y en cambio otro al 7% anual te da 180K que es bastante más que 46K + 12K

Si el producto que desgrava también es recuperable en caso de paro de larga duración se podría añadir su “antifragilidad” como cualidad adicional

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Si esos 12 k tienen que ir a hacienda el año que viene mucha rentabilidad a un año tiene que tener la alternativa a la del 3.4 % para que compense.
Como yo lo veo el planteamiento correcto sería más bien desgravar 12 k y que además te rinda un 3.4% vs perder 12 k sin otra contrapartida, ya que si decides pagar a hacienda lo que inviertas en otros productos serán otros 12 k, no los iniciales

A la recuperación tributan?

Pues a 10 años, con suerte.

Y otra cosa. Se repite la toma de decisión cada año durante los que quedan hasta “jubilarse” (o morir, o dejar el 2º trabajo).

El producto es un “Seguro de jubilación” de una mutualidad que uso como alternativa al RETA (autónomos). Cada año el % de interés varía. Desde el 1.5% hace 3 años hasta el 3,5% año pasado. Este año me han informado que será un 3,4%.
Es heredable y tiene opción de cobro anticipado: “El seguro de jubilación es un producto que desde el punto de vista fiscal y práctico es muy similar a un plan de pensiones. La garantía principal que cubre es la jubilación y por tanto no permite la disposición anticipada de los derechos consolidados o suma asegurada excepto en los supuestos excepcionales de liquidez previstos por la normativa de los planes de pensiones”.

Ése es el planteamiento que tengo.

Sería demasiado bonito si no, ¿verdad? :rofl:

Pero el Ojo que todo lo ve, ya toma medidas.

Y esto me plantea dudas acerca de la viabilidad de las mutuas sin nueva gente que entre y por tanto de sus “seguros de jubilación”, que en teoría es producto asegurado, pero ya sabemos…
Al parecer, los jaleos previos en mutualidades de abogados y arquitectos son el detonante de esto.

El tema de la mutualidad, al menos en los medicos que compaginamos publica y privada es el siguiente:

Dado que con el sueldo de la publica ya se cotiza por la base maxima, darte de alta en el RETA no te supone una mejor jubilación. Si el mismo importe lo pagas a la mutua, por poco que te rente al menos algo te queda para la jubilación.

Por contra, del RETA te devuelven el 50% de lo que pagues, que estas cotizando por encima del máximo.

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Bonito jaleo este, que al final se puede definir, como casi todo en esta vida, en, (a mí déjame pagar lo mínimo de lo mínimo de lo mínimo, y cuando después no tengo suficiente, estado sálvame) (el estado me despoja de todo poder volitivo, asique Estado hazte cargo como haces con otros). .

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Que son:

  • Paro de larga duración.
  • Incapacidad absoluta.
  • A los 10 años de haber hecho la aportación.
  • Al margen de los supuestos extraordinarios de liquidez, también existe un supuesto en el que se puede anticipar el cobro de la prestación de jubilación antes del momento efectivo del retiro laboral. A partir de los 60 años, el partícipe puede empezar a cobrar su plan de pensiones siempre que haya cesado en toda actividad determinante del alta en la Seguridad Social (es decir, que haya dejado de trabajar) y que, en el momento de solicitar la anticipación no reúna todavía los requisitos para la obtención de la prestación de jubilación en el régimen de la Seguridad Social correspondiente.

Si no se cargan las mutuas en 10 años o quiebra, ya cuento con capital de rescate para no sacar de otros productos con mayor rentabilidad.

El último podcast que he escuchado esta semana es este:

Muchos de los supuestos no se aplican a la mayoría (eso de abrir empresa familiar no lo veo), pero te enteras de un montón de cosas y de cómo van cambiando las normativas en países.
Muy interesante.
Y no tenia ni idea que nuestro país tenía un impuesto de salida. Indignante.

En fin, el saber no ocupa lugar y vale más estar preparado. Punto clave: USA no comparte datos. Pero si te mueres, se quedan 1/3…

También he escuchado el anterior podcast (entrevista a Rave), pero ralla mucho.

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A día de hoy los ETFs UCITS en un broker extranjero parecen la mejor opción para tener las inversiones fuera de España y a salvo del US Estate Tax.

https://www.bogleheads.org/wiki/Nonresident_alien_investors_and_Ireland_domiciled_ETFs

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@ironman no sabe lo que ha hecho. :kissing_heart:

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3- Ser titular de:

a) Acciones o participaciones en entidades cuyo valor de mercado, determinado con arreglo a lo señalado en art. 95 bis 3, exceda, conjuntamente, de 4.000.000 de euros.

A mi no me afectaría… aún :wink: :rofl:

Ha llegado un momento en mi vida que no voy a andar optimizando la ultima peseta de ahora, del pasado y del futuro. El pasado ya paso y no lo puedes cambiar…, el presente esta para disfrutarlo y no para andar pensando en el futuro y el futuro…el futuro…te lo van a cambiar cuando menos te lo esperes.

Enjoy

Pd. Mi planteamiento va a seguir donando cosas a mis hijos, porque no creo que dure mucho la exención del impuesto de donaciones, asi que antes de que se lo cargue el gobierno habrá que hacer uso de ello. Para mi, esa es mi optimización fiscal.


Debate sobre donaciones movido al hilo “Sucesiones, donaciones y transmisiones entre familiares

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Leyendo un poco sobre tecnología. El autor es co-fundador de Deep Mind, que vendió a Google. Posteriormente creó otra empresa de IA (Inflection) y ahora es CEO de la sección de I de MSFT.

"Suleyman, Mustafa; Bhaskar, Michael. La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI "

Ya estamos en una era en la que las megacorporaciones tienen valoraciones de billones de dólares y más activos que países enteros en todos los sentidos. Veamos el ejemplo de Apple. Esta empresa ha fabricado uno de los productos más bellos, influyentes y de uso más generalizado de la historia de nuestra especie. El iPhone es una genialidad. Más de mil doscientos millones de personas en todo el mundo utilizan los productos de la compañía, la cual ha obtenido merecidas recompensas por su éxito: en 2022, Apple estaba valorada en más que todas las empresas que cotizan en el índice FTSE 100 del Reino Unido juntas. Con cerca de doscientos mil millones de dólares en efectivo e inversiones en el banco y un consumidor en su mayoría cautivo en su ecosistema, Apple parece estar bien situada para aprovechar esta nueva ola.

Del mismo modo, un amplio abanico de servicios, de sectores muy diferentes y en grandes
sola compañía: Google. Entre lo que ofrece se cuentan mapas y localización, reseñas y listados de empresas, publicidad, transmisión de vídeos, herramientas ofimáticas, calendarios, correo electrónico, almacenamiento de fotos, videoconferencias, etcétera. Las grandes empresas tecnológicas brindan herramientas para todo, desde organizar un cumpleaños hasta dirigir compañías multimillonarias. Las únicas organizaciones equivalentes, que afectan con tal profundidad a las vidas de tantas personas, son los gobiernos nacionales. Es lo que se denomina «googlización»: una serie de servicios gratuitos o de bajo coste que dan lugar a entidades únicas que permiten el funcionamiento de sectores masivos de la economía y de la experiencia humana. Para hacernos una idea de estas concentraciones, consideremos que los ingresos combinados de las empresas de la lista Global 500 de la revista Fortune representan ya el 44 por ciento del PIB mundial. Sus beneficios totales superan el PIB anual de todos los países excepto los seis primeros. Estas corporaciones ya controlan los mayores grupos de procesadores de inteligencia artificial, los mejores modelos, los ordenadores cuánticos más avanzados y la inmensa mayoría de la capacidad robótica y la propiedad intelectual. A diferencia de lo que ocurrió con los cohetes, los satélites e internet, la vanguardia de esta ola se encuentra en estas compañías, no en las organizaciones gubernamentales ni en los laboratorios académicos. Si se acelera este proceso con la próxima generación de tecnología, un futuro de concentración corporativa no parece tan extraordinario.

Ya existe un pronunciado efecto «superestrella» que se está acelerando, en el que los principales actores se llevan una porción cada vez mayor del pastel. Las cincuenta principales ciudades del mundo concentran la mayor parte de la riqueza y el poder empresarial (el 45 por ciento de las sedes de grandes compañías; el 21 por ciento del PIB mundial), a pesar de tener solo el 8 por ciento de la población de todo el planeta. El 10 por ciento de las principales corporaciones mundiales se lleva el 80 por ciento de los beneficios totales. Es de esperar que la ola que viene se sume a este panorama y produzca superestrellas cada vez más ricas y exitosas, ya sean regiones, ya sean sectores de actividad, empresas o grupos de investigación. Creo que veremos crecer a un grupo de organizaciones privadas más allá del tamaño y el alcance de muchos Estados nación. Pensemos en el enorme impacto de un imperio empresarial en expansión como el Grupo Samsung en Corea del Sur. Se fundó como una tienda de fideos hace casi un siglo y se convirtió en un gran conglomerado tras la guerra de Corea. Cuando el crecimiento coreano se aceleró en las décadas de 1960 y 1970, Samsung ocupó un lugar central, no solo como potencia manufacturera diversificada, sino también como uno de los principales agentes en los sectores de la banca y los seguros. El milagro económico coreano fue un milagro impulsado por Samsung. En ese momento, la empresa era el principal chaebol, nombre con el que se conoce a un pequeño grupo de grandes empresas que dominan el país. Los smartphones, los semiconductores y los televisores son especialidades de Samsung, pero también lo son los seguros de vida, los operadores de transbordadores y los parques temáticos. Se valoran mucho las carreras profesionales de la empresa, cuyos ingresos representan hasta el 20 por ciento de la economía coreana. Actualmente, Samsung es para los coreanos casi como un Gobierno paralelo, una presencia constante en la vida de la gente. Dada la densa red de intereses y los continuos escándalos empresariales y gubernamentales, el equilibrio de poder entre el Estado y la empresa es precario y difuso. Samsung y Corea son casos atípicos, pero quizá no por mucho tiempo. En vista del abanico de capacidades concentradas, esta nueva generación de empresas podría encargarse de cosas que hoy suelen ser competencia de los gobiernos, como la educación y la defensa, e incluso la divisa o el cumplimiento de la ley. Por ejemplo, el sistema de resolución de disputas de las empresas eBay y PayPal ya gestiona unos sesenta millones de desacuerdos al año, lo que representa tres veces todo el sistema judicial estadounidense. El 90 por ciento de estas disputas se resuelven utilizando tan solo la tecnología, y más está por venir.[

La tecnología ya ha creado una especie de imperios modernos. La ola que viene acelera esta tendencia con rapidez al poner un inmenso poder y riquezas en manos de aquellos que la crean y la controlan. Nuevos intereses privados ocuparán los espacios que los gobiernos, al estar sobrecargados y tensos, dejen vacantes. Este proceso, al igual que la Compañía de las Indias Orientales, no se impondrá a golpe de mosquete, sino que creará empresas privadas con la escala, el alcance y el poder de los gobiernos, exactamente igual que la Compañía. Las empresas que dispongan del dinero, los conocimientos y la distribución necesarios para aprovechar la próxima ola, para aumentar a un nivel considerable su inteligencia y, al mismo tiempo, ampliar su alcance, obtendrán beneficios colosales. En la última ola, las cosas se han desmaterializado; los bienes se convirtieron en servicios. Ya no se compra software ni música en CD, sino que se escucha a través de plataformas de streaming. Damos por sentado que los antivirus y el software de seguridad vienen incorporados con los productos de Google o Apple. Los dispositivos se rompen, se quedan obsoletos; los servicios, en menor medida, pues son fluidos y fáciles de usar. Por su parte, las compañías están deseando que te suscribas a su ecosistema de software; los pagos periódicos resultan atractivos. Todas las grandes plataformas tecnológicas son sobre todo empresas de servicios o tienen grandes empresas de servicios. Apple tiene la App Store, a pesar de vender principalmente dispositivos, y Amazon, aunque opera como el mayor minorista de productos físicos del mundo, también ofrece servicios de comercio electrónico a comerciantes, televisión en streaming a particulares y aloja una buena parte de internet en su oferta en la nube, Amazon Web Services. Se mire por donde se mire, la tecnología acelera esta desmaterialización y reduce así la complejidad para el consumidor final al ofrecer servicios de consumo continuo en lugar de los tradicionales productos de una sola compra. Se trate de servicios como Uber, DoorDash o Airbnb, o de plataformas de publicación abierta como Instagram y TikTok, la tendencia de las megaempresas es no participar en el mercado, sino ser el propio mercado; no fabricar el producto, sino operar el servicio.

La pregunta ahora es: ¿qué más podría convertirse en servicio, integrarse en el conjunto existente de otra megaempresa? Mi predicción para dentro de unas décadas es que la mayoría de los productos físicos se parecerán a servicios, lo que será posible gracias a la producción y distribución a coste marginal cero. La migración a la nube lo abarcará todo, y la tendencia se verá espoleada por el auge del software de bajo código y sin código, el apogeo de la biomanufactura y el boom de la impresión en 3D. Cuando se combinan todas las facetas de la ola que viene, desde las capacidades de diseño, gestión y logística de la inteligencia artificial hasta el modelado de reacciones químicas que permite la computación cuántica, pasando por las capacidades de ensamblaje de precisión de la robótica, se obtiene una revolución total en la naturaleza de la producción. Los alimentos, los medicamentos, los productos para el hogar y casi cualquier cosa podría imprimirse en 3D, producirse biológicamente o fabricarse con precisión atómica cerca del lugar de uso o en él, y estar gobernada por sofisticadas inteligencias artificiales que trabajen con fluidez con los clientes utilizando el lenguaje natural. Basta con comprar el código de ejecución y dejar que una inteligencia artificial o un robot realice la tarea o cree el producto. Sí, esto oculta una enorme complejidad material, y sí, nos queda mucho camino por recorrer. Pero, si miramos a lo lejos, este escenario es de lo más plausible. Incluso si no te crees todo el argumento, parece imposible que estas fuerzas no creen cambios importantes y nuevas concentraciones de valor a lo largo de la cadena de suministro de la economía mundial. Dado que satisfacer la demanda de servicios baratos y sin fisuras suele requerir ampliar la escala (una inversión inicial masiva en chips, en personal, en seguridad y en innovación), esto favorece y acelera la centralización. En este escenario, solo habrá unos pocos superagentes cuya escala y poder empezarán a rivalizar con los países tradicionales. Es más, los propietarios de los mejores sistemas podrán afianzar una inmensa ventaja competitiva. Así, lo más probable es que esas enormes compañías centralizadas de la ola que viene que acabamos de mencionar acaben siendo más grandes, más ricas y más arraigadas que las empresas del pasado. Cuanto más se generalicen con éxito los sistemas sector tras sector, más poder y más riqueza se concentrarán en los que las poseen. Aquellos que dispongan de los recursos para inventar o adoptar nuevas tecnologías con la mayor rapidez, como por ejemplo los que puedan superar mi test de Turing moderno, disfrutarán rápidamente de rendimientos acumulados. Sus sistemas tienen más datos y «experiencia de despliegue en el mundo real», por lo que funcionan mejor, se expanden con más velocidad y afianzan la ventaja, y eso atrae al mejor talento para construirlos. Se hace plausible una «brecha de inteligencia» insalvable.

Si una organización se adelanta lo suficiente, puede convertirse en un generador de ingresos y, en última instancia, en un centro de poder sin parangón. Si ese proceso se extiende a algo como la inteligencia artificial general total o la supremacía cuántica, podría poner las cosas muy difíciles a los nuevos participantes o incluso a los gobiernos. Sea cual sea el punto final, nos dirigimos a un escenario en el que poderes y habilidades sin precedentes están ahí fuera en manos de agentes ya poderosos que, sin duda, los utilizarán para amplificar su alcance y promover sus propios planes. Tales concentraciones permitirán a las grandes megacorporaciones automatizadas transferir valor del capital humano, es decir, del trabajo, al capital bruto. Si juntamos todas las desigualdades resultantes de la concentración, nos encontramos ante otra gran aceleración y profundización estructural de una fractura ya existente. No es de extrañar, por tanto, que se hable de neofeudalismo o tecnofeudalismo, un desafío directo al orden social, esta vez construido sobre algo que va más allá incluso de los estribos. En resumidas cuentas, el rendimiento de la inteligencia se multiplicará de manera exponencial. Unas pocas inteligencias artificiales selectas, a las que solíamos llamar organizaciones, se beneficiarán masivamente de una nueva concentración de capacidad, es probable que de la mayor concentración de este tipo que se haya visto jamás. Recrear la esencia de lo que ha hecho que nuestra especie tenga tanto éxito en herramientas que puedan reutilizarse y aplicarse una y otra vez en una miríada de entornos diferentes es un premio poderoso que corporaciones y burocracias de todo tipo perseguirán. Cómo se gobiernan estas entidades, cómo se enfrentarán, se apoderarán y rediseñarán el Estado es una cuestión abierta, mientras que la idea de que lo desafiarán parece segura. Aun así, las consecuencias de una mayor concentración de poder no acaban con las empresas.

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"Suleyman, Mustafa; Bhaskar, Michael. La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI "

Tu altavoz inteligente te despierta. De inmediato, coges el móvil y compruebas el correo electrónico. Tu reloj de muñeca inteligente te dice que has tenido un sueño normal y que tu ritmo cardiaco está en la media de la mañana. Una organización lejana ya sabe, en teoría, a qué hora estás despierto, cómo te sientes y qué estás mirando. Sales de casa y te diriges a la oficina, y tu móvil te sigue los movimientos, registra las pulsaciones de tus mensajes de texto y del pódcast que vas escuchando. Por el camino y a lo largo del día, las cámaras de seguridad te graban cientos de veces, pues, al fin y al cabo, en la ciudad hay al menos una cámara por cada diez personas, quizá muchas más. Al entrar en la oficina, el sistema registra la hora de entrada. Un software instalado en el ordenador controla la productividad, incluso hasta los movimientos de los ojos. De camino a casa, paras a comprar algo para cenar. El programa de fidelización del supermercado registra lo que compras. Antes de irte a dormir, te tragas una temporada entera de una serie de televisión en una plataforma de streaming y tus hábitos quedan guardados.
Cada mirada, cada mensaje apresurado, cada pensamiento a medias inscrito en un navegador abierto o una búsqueda fugaz, cada paso por las bulliciosas calles de la ciudad, cada latido del corazón, cada noche que has dormido mal y cada compra realizada o rechazada: todo se captura, se observa, se anota. Y esto es solo una ínfima parte de los posibles datos que se recogen cada día, no solo en el trabajo o por teléfono, sino también en la consulta del médico o en el gimnasio. Casi todos los detalles de la vida quedan registrados, en algún lugar, por quienes poseen la sofisticación necesaria para procesar los datos que recogen y actuar en consecuencia. No se trata de una distopía lejana; acabo de describir la realidad cotidiana de millones de personas en una ciudad como Londres.
El único paso que queda es reunir estas bases de datos dispares en un sistema único e integrado, lo que se convertirá en un perfecto aparato de vigilancia del siglo XXI. El ejemplo preeminente sin duda es China. Este hecho no es ninguna novedad, pero lo que ha quedado claro es lo avanzado y ambicioso que es ya el programa del PCCh, por no hablar de dónde podría acabar dentro de veinte o treinta años. En comparación con Occidente, la investigación china en inteligencia artificial se concentra en áreas de vigilancia como el seguimiento de objetos, la comprensión de escenas y el reconocimiento de voces o acciones.
Las tecnologías de vigilancia están muy extendidas y son cada vez más detallistas en su capacidad de penetrar en todos los aspectos de la vida de los ciudadanos. Combinan el reconocimiento visual de rostros, pasos y matrículas con la recopilación de datos a gran escala, entre ellos los biodatos. Servicios centralizados como WeChat agrupan todo, desde la mensajería privada hasta las compras y las operaciones bancarias, en un único lugar que es fácil localizar. Al conducir por las autopistas chinas se ven cientos de cámaras de reconocimiento automático de matrículas que rastrean vehículos, dispositivos que también hay en la mayoría de las grandes zonas urbanas del mundo occidental. Durante las cuarentenas por COVID-19, los perros robot y los drones llevaban altavoces con mensajes que advertían a la gente de que se quedara en casa. El software de reconocimiento facial se basa en los avances en visión por ordenador que hemos visto en la segunda parte, e identifica rostros individuales con una precisión exquisita. Mi teléfono se inicia de manera automática cuando me «ve» la cara, un sistema que supone una comodidad pequeña pero que es útil, y, sin embargo, tiene implicaciones obvias y profundas. Aunque en un principio el sistema fue desarrollado por investigadores empresariales y académicos de Estados Unidos, China fue el país que más adoptó y perfeccionó esta tecnología. El presidente Mao había dicho que «las masas tienen ojos agudos» cuando observan a sus vecinos en busca de infracciones contra la ortodoxia comunista. En 2015, esto sirvió de inspiración para «Ojos Agudos», un programa masivo de reconocimiento facial que, en última instancia, aspiraba a extenderlo a nada menos que el cien por cien del espacio público. Un equipo de destacados investigadores de la Universidad china de Hong Kong fundó SenseTime, una de las mayores empresas de reconocimiento facial del mundo, que cuenta con una base de datos de más de dos mil millones de rostros. China es ahora líder en este tipo de tecnología, donde empresas gigantes como Megvii y CloudWalk compiten con SenseTime por la cuota de mercado. La policía china dispone incluso de gafas de sol con tecnología de reconocimiento facial incorporada, capaces de rastrear a sospechosos entre la multitud.

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Suleyman, Mustafa; Bhaskar, Michael. La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI.

El gigante asiático (China) gasta más en la importación de chips que en petróleo.
[…]
El 7 de octubre de 2022 Estados Unidos declaró la guerra a China al atacar uno de esos cuellos de botella. No se dispararon misiles sobre el estrecho de Taiwán, no hubo un bloqueo naval del mar de China Meridional ni marines que asaltaran la costa de Fujian, sino que el ataque tuvo un origen poco probable, el Departamento de Comercio de Estados Unidos. El objetivo fueron los controles a la exportación de semiconductores avanzados, los chips que sustentan la informática y, por tanto, la inteligencia artificial. Los nuevos controles a la exportación ilegalizaban la venta a China de chips informáticos de alto rendimiento por parte de empresas estadounidenses, así como que cualquier compañía compartiera herramientas para fabricarlos o conocimientos técnicos para reparar chips existentes. Cualquiera de los semiconductores más avanzados (que por lo general implican procesos por debajo de catorce nanómetros, es decir, catorce milmillonésimas partes de un metro, distancia que representa tan solo veinte átomos), incluidos la propiedad intelectual, el equipo de fabricación, las piezas, el diseño, el software y los servicios que fueran a utilizarse en áreas como la inteligencia artificial o la supercomputación estaban ahora sujetos a estrictas licencias. Las principales empresas estadounidenses de chips, como NVIDIA y AMD, ya no pueden suministrar a sus clientes chinos los medios y conocimientos necesarios para producir los chips más avanzados del mundo. Así pues, los ciudadanos estadounidenses que trabajan en semiconductores con empresas chinas se enfrentan ahora a una disyuntiva de conservar su empleo y perder la ciudadanía estadounidense, o renunciar a él de inmediato. Fue un golpe inesperado, diseñado para aniquilar el control de China sobre el elemento más importante de la tecnología del siglo xxi. No se trata de una simple disputa comercial. Esa declaración fue una poderosa advertencia en Zhongnanhai, sede oficial del Gobierno chino, justo cuando el Congreso del Partido Comunista colocó de forma efectiva a Xi Jinping como gobernante vitalicio. Un ejecutivo del sector tecnológico, que habló desde el anonimato, describió el alcance de la medida diciendo: «No solo se centran en las aplicaciones militares, sino que intentan bloquear por todos los medios el desarrollo del poder tecnológico de China».
[…]
Las empresas chinas ya están encontrando formas de eludir los controles, a partir de redes de empresas fantasma y fachada y servicios informáticos basados en la nube en terceros países. Hace poco, NVIDIA, el fabricante estadounidense de los chips de inteligencia artificial más avanzados del mundo, modificó con carácter retroactivo sus chips más sofisticados para eludir las sanciones.
[…]
La historia reciente sugiere que, a pesar de toda su proliferación mundial, la tecnología descansa en unos pocos centros críticos de comercialización y de investigación y desarrollo: los cuellos de botella. Consideremos estos puntos de notable concentración, como Xerox PARC y Apple para interfaces, por ejemplo, o la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA) y el MIT, o Genentech, Monsanto, la Universidad de Stanford y la Universidad de California en San Francisco para la ingeniería genética. Es impresionante cómo este legado está desapareciendo poco a poco. En el ámbito de la inteligencia artificial, la mayor parte de las unidades de procesamiento gráfico más avanzadas, que son esenciales para los últimos modelos, están diseñadas por una sola empresa, NVIDIA. La mayoría de sus chips los produce en un solo edificio una empresa, TSMC, en Taiwán, la más puntera, que constituye la fábrica más sofisticada y cara del mundo. La maquinaria de TSMC para elaborar estos chips procede de un único proveedor, la sociedad holandesa ASML, la compañía tecnológica más valiosa e importante de Europa con diferencia. Los equipos de la empresa, que utilizan una técnica conocida como litografía ultravioleta extrema y producen chips con unos niveles de precisión atómica asombrosos, se encuentran entre los productos fabricados más complejos de la historia. Estas tres sociedades controlan los chips de última generación, una tecnología tan limitada físicamente que, según una estimación, cuesta hasta diez mil millones de dólares por kilogramo.

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Y ahora se mete en asuntos espinosos, como la fiscalidad.
Varias de estas ideas ya las hemos escuchado o leído antes. No tengo claro que logren conseguir hacer que las grandes corporaciones paguen el pato.

Suleyman, Mustafa; Bhaskar, Michael. La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI.

La fiscalidad también necesita una revisión completa para financiar la seguridad y el bienestar a medida que experimentamos la mayor transición de la creación de valor —del trabajo al capital— de la historia. Si la tecnología crea perdedores, estos necesitan una compensación material. En la actualidad, la mano de obra estadounidense tributa a un tipo medio del 25 por ciento, mientras que los equipos y programas informáticos solo lo hacen al 5 por ciento. El sistema está diseñado para que el capital se reproduzca sin fricciones en nombre de la creación de empresas prósperas. En el futuro, la fiscalidad debe cambiar la preponderancia hacia el capital, no solo financiando una redistribución hacia los perjudicados, sino creando una transición más lenta y justa en el proceso. La política fiscal es una válvula importante en el dominio de esta transición, es un medio de ejercer control sobre esos cuellos de botella y de construir, al mismo tiempo, la resiliencia del Estado. Esto debería incluir un mayor impuesto sobre las formas más antiguas de capital como la tierra, la propiedad, las acciones de empresas y otros activos de alto valor y menos líquidos, así como un nuevo impuesto sobre la automatización y los sistemas autónomos, lo que alguna vez se ha denominado «el impuesto a los robots». Los economistas del Instituto de Tecnología de Massachusetts sostienen que incluso un impuesto moderado de entre el 1 y el 4 por ciento de su valor podría tener un gran impacto. Un cambio cuidadosamente calibrado en la carga fiscal que se alejara del trabajo incentivaría la contratación continua y amortiguaría las interrupciones de la vida del hogar. Los créditos fiscales que complementan los ingresos más bajos podrían ser un amortiguador inmediato frente al estancamiento o incluso al colapso de los ingresos. Al mismo tiempo, un programa masivo de recapacitación y un esfuerzo educativo deberían preparar a las poblaciones vulnerables, aumentar la conciencia sobre los riesgos e incrementar las oportunidades de compromiso con las capacidades de la ola. Un ingreso básico universal (IBU), es decir, un ingreso pagado por el Estado para cada ciudadano, independientemente de sus circunstancias, a menudo se ha planteado como la respuesta a las perturbaciones económicas de la ola que viene. En el futuro, es posible que estas iniciativas como el IBU tengan cabida, pero antes de llegar a eso, hay muchas buenas ideas. En una era de inteligencias artificiales corporativas hiperescalables, deberíamos empezar a pensar en un impuesto sobre el capital de este tipo que se aplicara a las propias grandes corporaciones, no solo a los activos o a las ganancias en cuestión. Además, hay que encontrar mecanismos para la tributación transfronteriza de esas empresas gigantescas, para garantizar que paguen la parte que les corresponde para mantener sociedades que funcionen. En este sentido, se fomentan los experimentos: una parte fija del valor de la empresa, por ejemplo, pagada como dividendo público mantendría la transferencia de valor a la población en una época de extrema concentración. En el límite está la cuestión central de quién es el propietario del capital de la ola que viene; una auténtica inteligencia artificial general no puede ser propiedad privada del mismo modo que lo es, por ejemplo, un edificio o una flota de camiones. Cuando se trata de una tecnología que podría ampliar a un nivel radical la vida o las capacidades humanas, es evidente que debe haber un gran debate sobre su distribución desde el principio.

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Recién acabado.

EMHO le sobra 1/3 del libro.
¿Qué nos cuenta el Dr. Suleyman (Co-fundador de DeepMind entre otras)?. Un aviso de la Ola que viene, cómo puede afectarnos y todas las alarmas que hay que poner así como restricciones para evitar el desastre (en su opinión).

Empieza con la historia de las grandes revoluciones tecnológicas que han cambiado la humanidad, cómo lo han hecho y los factores que se han tenido que dar para que suceda. Desde el fuego hasta la última que viene y es el eje central del libro.
Parte de la última ola es la IA (Inteligencia artifical). Muy interesante cómo describe sus inicios, la evolución y el rápido desarrollo en pocos años (actualmente meses). Historia de AlphaZero, AlphaGo, AlphaFold.
La otra parte es la biotecnología. Y aquí me acuerdo bastante de @PepeElmio y Agilent.
Según el autor, la ola es el resultado de la integración de diferentes tecnologías que se complementan y potencian entre sí. La IA la leemos en todas partes, pero la biotecnología no es tan evidente: La facilidad actual para manipular el ADN con la tecnología CRISPR y mediante ello fabricación de biofármacos (P.Ej ac monoclonales) y el futuro a manipulación ADN humano y creación de metahumanos (aquí debe entrar el alargamiento de Telómeros de Santiago Segura que nos puso @ruindog ). Y un paso más allá, la creación de materia orgánica en laboratorios/fábricas del futuro.
PERO, junto a todo lo magnífico que viene, en la segunda parte del libro entra en todos los futuros distópicos que se le ocurren, y algunos no molan nada. Pero nada de nada. Desde Terminator, pasando por 1984 (estado totalitario controlador como lo que escribí arriba de China) y varias crisis de la humanidad.
La parte que me sobra y ha hecho tremendamente lenta la lectura es cuando trata de poner en orden sus ideas acerca de qué barreras/control/legislación hay que instaurar y cuanto antes mejor, para evitar el desastre. Teniendo en cuenta que demasiadas barreras o control provocan distopia del estado totalitario.

Así pues.
Lectura enriquecedora pero una vez le saques el jugo y empiece con relación etc, se puede dar por acabado el libro.

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